04 marzo, 2012

"Los reporteros, como periodistas, se están transformando en escritores"

¿Viajar? Una tragedia o un vicio. En todo caso, es una actividad que va en contra de la naturaleza. Lo dice Ryszard Kapuscinski, acaso el más grande reportero vivo y, sin duda alguna, viajero incansable y aventurero. En realidad, Kapuscinski es un hombre sosegado y de costumbres. 

por Wledek Goldkorn
 
Trabaja en un estudio tan grande como un pequeño departamento, en un luminoso ático de la villa que habita en el centro de Varsovia. Al entrar, sólo se ven libros: en los libreros empotrados en las paredes, sobre el piso en medio de la gran habitación, sobre las mesitas bajo las ventanas. En su mayoría son textos de filosofía y de historia, algunas novelas, muchos libros de poesía: Kapuscinski fue un gran amigo de Joseph Brodsky y de Susan Sontag. La mesa de trabajo está en una esquina, pequeña, casi escondida a la vista de quienes entran en la habitación, y carece de computadora. “Escribo a mano”, dice, “porque la escritura debe estar ligada al cansancio físico”. Se acerca a la ventana y señala hacia la villa de enfrente: “Allí se escondió durante la guerra Wladyslaw Szpilman, el pianista de Radio Varsovia inmortalizado en la película homónima de Roman Polanski, fue allí donde se encontró con el oficial nazi que le salvó la vida y que luego fue asesinado en un gulag ruso”. Kapuscinski regresa luego de haberse encontrado con John M. Coetzee, el premio Nobel de literatura: “Vino por un día a Varsovia, luego viajará a un pueblito del que es oriundo un antepasado suyo. Fui su anfitrión en esta ciudad en donde no conoce a nadie. Por otra parte, ahora vive en Australia, en Adelaide, en un pueblo lejano y poco interesante”. 

 

Señor Kapuscinski, ¿por qué se viaja? 

Porque uno está obligado a hacerlo. Estoy convencido que el hombre, por naturaleza, es un ser sedentario, ligado a la tierra. Y este nexo es un elemento importante de la identidad: muchos apellidos (especialmente los de los judíos, y esto es algo chistoso, si se piensa que los judíos están considerados como “carentes de raíces”) indican la proveniencia geográfica de la persona. Uno se pone en camino para escapar del hambre, de la peste, de la guerra, para buscar la seguridad en otro lugar. 

¿Es el único motivo por el cual se viaja? 

Es el principal. Ciertamente, fueron los griegos y los fenicios, y los habitantes de varias islas y penínsulas —desde los habitantes del Pacífico hasta los ingleses— los que zarparon hacia los mares, por curiosidad, en busca de otros mundos. Pero la historia está hecha, en su mayoría, de grandes civilizaciones que nunca sintieron la necesidad de construir naves, o de ir a explorar otros lugares. ¿Alguna vez se ha puesto a pensar en el desinterés de los africanos por el mundo, o en el hecho de que los chinos y los hindúes no inventaron nada que se asemeje a la geografía? Es verdad, siempre ha habido personas que se ponen en camino para explorar lo que está afuera. Pero es un pequeño grupo. La curiosidad por el mundo es una excepción, no una característica común a los hombres. 

Usted forma parte del pequeño grupo de curiosos. 

De los vagabundos, de los mendicantes. De los cuentahistorias. Y de los portadores de información. Pero no olvidemos a otro grupo de viajeros: los exploradores. Pocos también ellos, pero presentes desde que tenemos una historia escrita. 

Desde los tiempos de Herodoto. Su último libro se llama precisamente Viajes con Herodoto. 

Los exploradores ya existían antes que él. Pero se limitaban a describir lugares particulares. La novedad de Herodoto es la mirada global sobre el mundo. 

Sobre su escritorio hay un fólder con el nombre de Bronislaw Malinowski. En una ocasión usted dijo que fue él, con sus viajes, quien descubrió a principios del siglo XX, que no existen razas, sino diversidades humanas. ¿Se viaja para descubrir a los otros, o para descubrirse a sí mismo? 

Se viaja para ver qué son los otros. Pero en el instante que se les descubre, se entiende que ellos también somos nosotros. Le doy un ejemplo. Yo descubrí que soy un hombre blanco gracias a mi primer viaje a África. Estaba en Ghana, en 1957, para observar al primer país del África sudsahariana que obtenía su independencia. Repentinamente, en la calle, me di cuenta que todos me miraban. Era diferente, tenía la piel blanca. Nunca antes había pensado en este hecho. 

En el siglo XIX, viajeros como Stanley o Livingstone, para ir al Congo, país en el que usted trabajó mucho, se necesitaban meses y meses. Podían narrar que vieron a los pigmeos o a los caníbales. En el imaginario occidental, los humanos no europeos formaban parte de una naturaleza salvaje. ¿Qué sentido tiene hoy, llegar en pocas horas, en avión a Kinshasa, a un país del que ya se sabe todo, gracias a la televisión y a internet?  

Antes que nada quisiera hacer una distinción muy importante. 

Livingstone era un misionero, un idealista, incluso si, a fin de cuentas, los misioneros le proporcionaron una ideología al colonialismo. Por el contrario, Stanley era un realista, un duro, sobre todo era periodista. No era ni geógrafo ni antropólogo ni explorador. Fue uno de los primeros en viajar únicamente para escribir y luego vender los reportajes. 

En segundo lugar, hoy, a causa de la multiplicación de los conflictos armados, a causa del creciente poder territorial del crimen organizado, siempre habrá más lugares y países de los que no se sabe casi nada. Ir allí es muy peligroso. El Congo, precisamente, es uno de estos países. Y entonces, si voy al Congo, lo hago para ver y describir, consciente de que estoy arriesgando el pellejo.  

Si viajar es un riesgo, ¿por qué lo corre? Usted ha estado a punto de ser fusilado por lo menos cuatro veces en su vida.  

Porque me arrastra la pasión. Porque me impulsa un desafío que carece de una justificación y de una explicación racional, y a la que, sin embargo, un verdadero reportero es incapaz de resistírsele.  

¿Qué es un verdadero reportero?  

Alguien que va a los lugares sólo para describirlos, sin ningún otro objetivo. Un médico, por ejemplo, puede describir muchas cosas, pero siempre seguirá siendo un médico que escribe, no un reportero.  

¿Por qué es necesaria la figura del reportero?  

Porque en este mundo, cada vez más virtual, se necesita de alguien que haya estado en un lugar, haya tocado con la mano la situación y, por lo tanto, sea un testigo. Decía Malinowski que la del antropólogo es una “presencia participativa”. Lo mismo vale para el reportero, si se quiere ser creíble. Ahora existe algo más que hace al reportero indispensable y moderno. El oficio del reportero es afín al del intérprete. Hay necesidad de constructores de puentes entre culturas: los intérpretes y los reporteros lo son.  

¿No es suficiente con la televisión, que hace ver por doquier todo el mundo?  

No. La televisión hace ver poco. Es demasiado caro mandar a grupos enteros en viaje por el mundo. Además, la información cada vez está más estandarizada. Si, por ejemplo, usted tuviese que darle la vuelta al mundo en 24 horas, cambiando cada tanto de avión, en cada aeropuerto encontraría una televisión con la misma e idéntica noticia internacional: un atentado en Irak, o un discurso de Bush. Y una paradoja, entre más va avanzando la globalización, nuestro conocimiento del mundo se va haciendo cada vez más pobre y limitado, existen países enteros que han desaparecido de nuestro imaginario y de nuestros mapas geográficos. Esto también sucede porque en los periódicos cada vez se le da más espacio a las crónicas locales y no a las cuestiones internacionales.  

¿De quién es la culpa?  

De todos y de nadie. El hecho es que los periódicos han sido invadidos por el lenguaje de la televisión: información en píldoras, pocas líneas, poca profundidad en los temas, entrevistas con los políticos locales. De tal suerte que el reportaje literario, de las páginas de los periódicos, emigró a las páginas de los libros. Y los reporteros, como periodistas, se están transformando en escritores.  

También existe otra categoría de viajeros: el turista.  

El viaje turístico devino un fenómeno de dimensiones colosales, inéditas en la historia y difícilmente imaginables. Únicamente el año pasado, por turismo, se movieron 800 millones de personas. El turista no viaja porque se sienta obligado a hacerlo, ni por razones profesionales. Lo hace buscando placer. Es todo un vuelco en la civilización. 

Hablaba de la búsqueda del placer. ¿El placer de viajar? 

No. El objetivo del turista, y estamos hablando del turista en África y en los países pobres del sur, es paradójico: evitar escrupulosamente conocer el país en el que transcurren sus vacaciones, su lengua y su gente y en donde gastan su dinero. El turista evita los medios de transporte de los “indígenas” porque los considera sucios, lentos, inseguros. Además, el turista no quiere hacer contacto con la gente del lugar (si acaso con los necesarios empleados del hotel) porque tiene miedo de enfermedades, o que les pidan dinero. Un miedo que prevalece sobre cualquier curiosidad. Le interesa la comida, el vino, las comodidades, la terraza y la piscina, el sol. El turista es un hombre del norte que busca el sol. Me he topado con personas que han viajado desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo, sin ningún contacto con la población local. 

En El Negus, usted narra de una Cumbre de jefes de Estado Africanos en Addis Abeba, en los años sesenta, en la que los restos de la comida oficial fueron llevados a un comedor de pobres que los masticaron en silencio, afuera del recinto del palacio. Es una metáfora de la arrogancia de todo poder y de la humildad de los desheredados. ¿Hoy, los turistas son arrogantes? 

El turismo de lujo en masa ha cambiado las señas particulares de las sociedades en África. Nació una clase que le sirve a los turistas, celosa de su propio status. Es una clase que se asemeja a la de los cortesanos de los reyes de antaño: gente que vive de lo que queda de la comida de los patrones y que tira las sobras a los verdaderos pobres, a aquellos que no tienen nada. En este contexto, el turista es el nuevo símbolo de la arrogancia. 

Para ver la diversidad de las culturas basta con visitar la periferia de París o de Londres, o de otra metrópoli. No es necesario viajar... 

No es verdad. Son unos microuniversos que han sido arrancados de su contexto. Son unos gigantescos no-lugares, carentes de toda dimensión temporal. Son como los aeropuertos, los no-lugares por excelencia. Además, los aeropuertos se asemejan cada vez más a las ciudades y las ciudades a los aeropuertos. En Europa, de todas maneras, el problema es limitado. Nuestras ciudades históricas poseen estructuras antiguas que resisten. Sin embargo, no nos damos cuenta cómo, en otros lugares, las ciudades se han transformado en cúmulos informes de barracas. 

Un última pregunta. ¿Quiénes son sus maestros? 

Antes, hubiera dicho Hemingway. Pero cambian, según el periodo. Hoy diría: Conrad, Dos Passos y Stendhal, el más extraordinario de los reporteros. 

Entrevista tomada del sitio Asociación de Amigos del Arte y la Cultura de Valladolid.  La misma fue publicada eL'Espresso, No. 30, 2006.Foto de Foto:sin autor definido, tomada de la Internet.

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